Treinta y ocho años pasaron desde el retorno a la democracia en Argentina. Tras un período violento, el país inició una etapa de cambios profundos, sostenidos en la libertad.
Tolerancia, respeto, consensos, debate; fueron pilares fundacionales de la república que se intentó construir en 1983 entre todos los sectores políticos y cívicos. Un principio innegable e irrenunciable, pero ejecutados desacertadamente.
En poco más de 30 años de democracia, a la Argentina se le dificultó sentar las bases de una sociedad respetuosa, civilizada. A partir de algunos comportamientos sociales, la libertad se simbolizó en el libertinaje, todo está permitido sin considerar las consecuencias. Lo intolerante es una costumbre.
Raúl Alfonsín fue el presidente elegido democráticamente por el soberano tras la caída de la dictadura feroz. Desde el balcón de la Casa Rosada encomendó los conceptos supremos para la reconstrucción de la república; y la masa aceptó victoriosa.
Al cabo de unos años, la esencia estructural de lo ajustado a derecho fue sustituida por la interpretación. Y abrió la peligrosa puerta de la desvirtualidad. Ya no se actúa con coherencia responsable, las acciones están promovidas por lo indebido, lo políticamente incorrecto y nadie se entera, todo es posible cuando la voluntad se excede.
Alfonsín no querría ver los permitidos que favorece la política. O tal vez, mantendría una mirada controladora ante quienes se saben de beneficios mal habidos. Peor aún, hubiese convocado a un lavaje de cerebro masivo a quienes se atrevieron a prestar el partido a un puñado de dirigentes porteños que, ostentados de poder, ni siquiera habilitaron la discusión hacia la UCR, y la sucumbieron en fracasos electorales continuos.
El expresidente también ofrecía participación; pero los dirigentes radicales contemporáneos -y veteranos-, no están familiarizados con ese término, al contrario, cierran acuerdos para perpetuarse ellos en el poder; rostros frescos escasean. Y la renovación no aparece.
Doce años se cumplieron de la muerte de Alfonsín. La fecha aglutinó a radicales y peronistas; también vecinos apolíticos que simpatizaron con el histórico dirigente; todos coincidieron en los principios “alfonsinistas”, pero señores, prediquen el ejemplo, accionen con raciocinio, renuncien a sus deseos personales financiados por la función pública, hagan las cosas bien.